El que llegaba más lejos

El que llegaba más lejos.
Por Sara Facio
La primera vez que me trajo sus trabajos me pareció un artista original. Era uno de los pocos que se arriesgaba a experimentar y hacer intervenciones en las fotografías. Carlos hacía goma bicromatada y cosas en color cuyo resultado parecían grabados, era muy interesante. Había otros fotógrafos que experimentaban en esa época, pero él llegaba más lejos, era el mejor. En esa época, entre el ‘90 y el ‘95, se perfilaba como alguien con mucho entusiasmo y posibilidades y con una base muy sólida. Lo que él hacía tenía contenido, no era sólo una superficie bellamente trabajada. Pero no tenía mucha obra, tampoco tuvo tiempo, y en esa época el manejo que los artistas hacían del mercado era muy diferente, tenían menos exposición. Después de la muestra de 1990 en la Fotogalería del San Martín, donde lo lanzamos, seguimos manteniendo un vínculo y una simpatía profesional fuerte. Me gustaba mucho como persona, me parecía muy auténtico y cariñoso. Me venía a ver de vez en cuando, con su hijo, y que estuviera tanto con la familia era algo que también me gustaba mucho, era un gesto poco habitual en un hombre argentino.

Emociones textuales

Texto de Carlos Caputto, 1992

“Las fotos que aquí presento han sido copiadas con una laboriosa técnica de otra época. Emulsiono mis propios papeles con pinceles y esponjas, con químicos que yo mismo preparo, y moviéndome en un terreno que muchas veces ha sido visto como una frontera, una suerte de terreno pantanoso que limitaría con la pintura. (...) Exponer mis papeles con el sol, sin necesidad de introducirme en esa oscuridad no siempre deseable del laboratorio y sobre todo revelar mis imágenes con elemental agua, son elecciones si se quiere anacrónicas, sobre todo en la era del pasaje casi automático de la imagen de plata de un negativo a un papel comprado en el negocio de la esquina. Pero, si tiene razón Borges, escondido detrás de esta trabajosa sintaxis, estará mi destino.”

Centro Cultural de España

Presentación del libro Grafías (CCEBA 30 de noviembre de 2004)

GRAFÍAS, DE CARLOS CAPUTTO:
DRAMA, HUMOR, METAFÍSICA

Durante los 80 y la primera mitad de los 90 Carlos Caputto reinventó lo que en los albores de la fotografía se dio en llamar pictorialismo mediante el empleo de la luz solar como “lámpara de revelado” y la intervención plástica sobre el positivo. El modo personal y original en que lo hizo es uno de sus aportes más conocidos. Pero también produjo obras de intenso contenido lírico sin recurrir a procedimientos inusuales. En ellas trabajó otras regiones de su mundo interior y de su mensaje expresivo. Ambas vertientes despliegan una sufrida y honda subjetividad. Ajenos a toda pose de provocación, los resultados tienen un efecto revulsivo. Subvierten o expanden, recrean, un arte cuya característica más notoria —bendición y condena— pareció ser básicamente, desde un comienzo, la fidelidad a lo real. Si la foto es a menudo lectura formal que semeja lo que podríamos denominar “la realidad misma”, Caputto nos pone ante una sobremanipulación convocable, en su versión distorsiva, a cualquiera de nuestros presentes. La magia del encuentro con la huella de un pasado que se actualiza deja de ser predominantemente fiel y vicaria para manifestarse ahora vitalmente activa. Es un enriquecedor desafío estético descorrer el velo y asomarse al misterio que parece albergar el mundo de Carlos Caputto. Según narra mi hermano Juan, el arquitecto, que lo conoció más de cerca debido a mi exilio en México a fines de los 70, odiaba los fascismos, los nazismos y los nacionalismos en general: le parecían simplemente repelentes. Y, por extensión, alimentaba semejantes rechazos hacia todas las adhesiones políticas incondicionales, hacia todos los fanatismos. Tales fenómenos de adhesión acrítica a diversas banderías, extendidos en el mundo y en la Argentina de su época y vigentes aún hoy, le resultaban a la vez sospechosos y temibles, en medio de las furias de las últimas décadas del siglo XX. Junto con Juan, ambos apreciaron las maravillas del uruguayo Enzo Francescoli en el Monumental de Núñez, charlaron sobre vida cotidiana, arquitectura, artes plásticas y bueyes perdidos. Juan lo evoca así (y cito): “Conocía el sabor de las cosas lentas, hechas con las manos, un estilo que marcaba su forma de hacer fotos o poemas, como dejando descansar al tiempo.” Tal cual pontifica “If”, ese poema atribuido (al parecer apócrifamente) a Rudyard Kipling, trataba al éxito y al fracaso como a dos impostores. La obra que presentamos, titulada con pertinencia Grafías, despliega sus variables formales y temáticas acompañadas por textos que dialogan con las imágenes iluminando, en otro registro, la dimensión poética de su vida. El humor viene acompañado con una especie de sorna ácida, crítica, como ocurre en la obra titulada “Un par de zapatos con mentalidad ganadora”. Y su saudade es, en realidad, una “nostalgia cuesta arriba”, como solía decir el propio Carlos. Resulta hoy un extraordinario privilegio acceder a una obra como ésta, que nos induce a sentir, sonreír y pensar con hondura. Obra densa en un antiguo y profundo sentido del término, en las antípodas de la cultura light dominante. Lejos de la moda en boga, ajeno por completo a lo superficial y lo liviano, a lo light, digámoslo así, liso, muy liso, como José Ramón Cantaliso, para que se entienda bien. “El tranvía de la muerte” (así podría llamarse esa foto casi fantasmal), o los parques solitarios difuminados por la neblina, parecen sorprendidos en el instante preciso en que están a punto de transparentar una revelación inasible, como suspendida de cierta elusiva inminencia. Escenas de soledad nos enfrentan a momentos descentrados de toda circunstancia familiar: bancos sin gente, toboganes vacíos, como si fuésemos espías o testigos atemporales, capaces de captar esa perversidad que pueden albergar los lugares sin nosotros. Abandonados así ante la perpleja pregunta implícita, ¿qué nos dicen las cosas en sí mismas, cuando dejamos al mundo en su poder? Una presencia de la nada que nos sitúa en los bordes del tiempo genera momentos de intensidad, espacios de ausencia, umbrales de percepción. Tal es un Carlos Caputto, el metafísico. El otro es el Caputto dramático, que atrapa en su cámara la escena de los religiosos judíos (el joven, el anciano) ante el impasible Muro de los Lamentos, o nos muestra al mercader árabe sentado en el umbral, en una callejuela de la Jerusalem dividida. O el de las figuras anónimas que esperan en los escalones del puerto de Buenos Aires, algo, no se sabe qué, algo que quizá nunca llegue, pero que puede representársenos como el sentido elusivo de la vida. Y está también el Caputto de los retratos, en que se vislumbran psicologías, personalidades, visajes, ese presente inédito e irrepetible del modelo. Rostros que son destinos, íconos de una coyuntura única y reveladora de la persona, como los de Florencia, Matteo o Bárbara, o los de Duilio Pierri, Carmen Baliero, Guillermo Kuitca, Ana Eckel, José Garófalo, Rodolfo Azaro, Nushi Muntaabsky, Guillermo Conte. Retratos que parecen decir: “Como aquí y ahora, nunca más.” Never more, repetiría El Cuervo de Poe. Carlos Caputto padeció el acoso de un asma atroz, inusual, un estado de temor y ansiedad casi permanente que lo tuvo siempre al filo o a merced de ataques agudos, como el que acabó con sus días. Su limpio apoliticismo no era el de los conformistas que se lavan las manos a lo Poncio Pilatos, sino el de quienes, raigalmente opuestos al orden vigente, descreen de la eficacia de las emociones y de los emprendimientos colectivos manejados desde cúpulas sospechosas. Vivió y sufrió una realidad sumida en el drama feroz que todos atravesamos, entre el lujo de las luchas populares y el horror de la dictadura asesina. A partir de esas confluencias contradictorias, de esas vertientes subjetivas e históricas, su obra testimonia con fuerza, una vez más, que nadie es neutral. Que el arte, en el esplendor de su verdad y en las inflexiones de su belleza, es uno de esos ámbitos privilegiados capaces de emocionarnos y hacernos reflexionar en torno al sentido, el drama y la celebración de la existencia.

Eduardo Lucio Molina y Vedia

Artículo en Página 12




RESCATE DE LA FIGURA DE CARLOS CAPUTTO
Por Sandra Chaher - 30 de noviembre de 2004

La imposibilidad del límite en el campo de la experimentación
La presentación del libro Grafías, de Florencia Molina y Vedia, permitirá apreciar la obra del fotógrafo fallecido en 1995.

Notas Relacionadas
Emociones textuales
El que llegaba más lejos


Tuvo poco tiempo para investigar y tomar fotografías. Algo más de 10 años. Pero fueron suficientes para que fuera considerado uno de los fotógrafos con más futuro en el campo de la experimentación y la intervención. Cuando Carlos Caputto murió, a mediados de los ‘90, de un ataque de asma, hacía apenas 5 años que había hecho su primera muestra individual, en la Fotogalería del Teatro San Martín, dirigida entonces por Sara Facio, la misma fotógrafa que en 1995, en la exhibición Cien años de fotografía argentina que se hizo en Italia, lo presentó como uno de los tres jóvenes fotógrafos –junto a Marcos López y Liliana Parra– que mejor trabajaban en la experimentación y la intervención.
Caputto nació en agosto de 1952 y murió en marzo de 1995, hace casi diez años. “Creo que casi al día siguiente que se murió, sentí que tenía que hacer algo con su obra. No quería que se perdiera eso que yo consideraba tan valioso”, dice Florencia Molina y Vedia, su compañera desde los años ‘70 y la madre de su hijo Matteo. Al poco tiempo de la muerte de Carlos, Florencia se puso a trabajar en un libro que, si bien cambió mucho desde su concepción original, mantuvo el espíritu que ella consideró el mejor para plasmar el trabajo de su marido: la presentación de la obra completa. No sólo las fotografías, sino también fragmentos de textos, poemas, dibujos, acuarelas, toda una cantidad de formatos en los que Caputto expresaba una energía inagotable, probablemente regida por el asma grave que sufría desde chico. Ese libro acaba de editarse con el nombre Grafías y será presentado hoy a las 18.30 en la casa Cultural de España en Buenos Aires (ex ICI, Florida 943).
“Hay dos aspectos que quiero resaltar del libro. Uno es su característica inclasificable. Siempre creí que la obra de Carlos debía ser abordada desde la multiplicidad porque así era como él creaba, por más que se considerara fundamentalmente fotógrafo porque era donde más cómodo se sentía y donde realmente investigaba y creaba con sistematicidad. Los dibujos y textos los hacía en cualquier momento, azarosamente, y si yo no los guardaba probablemente hubieran terminado perdidos, no tenían importancia para él. Por otra parte, él mismo siempre defendió esta idea de la imposibilidad de poner límites en la tarea creativa. Pero es cierto que esta forma aparentemente caótica también tiene que ver conmigo, con mi forma de hacer las cosas, que pueden parecer caóticas aunque no lo son. El otro aspecto de la obra de Carlos y del libro que me parece interesante tiene que ver con algo que me dijo un amigo: que las fotos dejaban entrever mucha ternura. Y yo creo que es cierto. Aunque la ternura es un término un poco devaluado hoy día, a mí me parece que en sus fotos, si bien hay bastante melancolía, también hay ternura. Esto tiene que ver con cómo era él, que tenía una visión descarnada y dramática de la vida pero a la vez era optimista, muy vital en lo cotidiano.”
Grafías es, fundamentalmente, un homenaje y un acto de amor. Si se quiere conocer la obra de Caputto, habrá que bucear más hondo. Pero si lo que se busca es vislumbrar apenas, como un paseante furtivo, una obra de un enorme lirismo, afectividad y melancolía, es el libro adecuado. Concebido desde el formato como un libro de artista, con un excelente diseño, impresión y calidad, muestra las diferentes facetas creativas de un hombre inquieto y sensible. Allí están sus fotos hechas con goma bicromatada, pero también otras intervenidas, y algunas extremadamente clásicas. Están los retratos y los paisajes que rebosan sensaciones múltiples: soledad, presencia de la muerte, conciencia de la brevedad de la existencia, y también comprensión hacia un mundo duro y muchas veces poco fértil. También están las acuarelas, los dibujos y los textos, en los que fluyen ligeras las metáforas y evocaciones sobre la luz y el calor: “Si dijeses fuego, ardería incendiándome como un bosque, si dijeses agua el fuegoestaría eliminado”; “no te encontré y ahora con estas frágiles palabras intento traerte de ese túnel de sombras en donde tu pequeña luz ya no me alumbra y en donde tu gran tiniebla con su fuego que hiela me llama”. Es lo que podría llamarse un libro-collage, en el que lo más importante no es la obra sino el artista.
Molina y Vedia y Caputto se conocieron en Buenos Aires en 1975, cuando él ya tenía comprado un pasaje para irse a Venezuela un mes después. “No tenía ninguna vinculación con la política pero no le gustaba lo que estaba pasando, ya estaban las Tres A, y no quería vivir acá. En Venezuela trabajó de cualquier cosa y yo pensé que lo nuestro había sido un romance y nada más. Pero me empezó a escribir, yo le contestaba, eran cartas hermosísimas y me terminé de enamorar. Yo era divorciada y tenía una hija chiquita. Cuando fue el golpe, mi ex marido, que vivía en Europa, me ofreció un pasaje para irme. Lo acepté y me fui a vivir un año a Londres y después a Italia. Ahí vino Carlos y ya no nos separamos. La vida allí fue durísima. El trabajaba muchísimo como utilero en el teatro Alla Scala, de Milán, y yo tenía un trabajo de medio día. Recién pudimos pensar en tener algún desarrollo profesional cuando volvimos a Buenos Aires en el ‘85. Ya para ese entonces él se había comprado –en una gira con el teatro por Japón, en la que le pagaron muy bien– los equipos de fotografía y se dedicaba a eso todo el tiempo que podía, que no era mucho. Cuando volvimos, que ya había nacido Matteo, pudo investigar y estudiar más. Esto es algo que también hay que tener en cuenta para entender su obra: todo lo que hizo fue con mucho esfuerzo y pasión, porque no teníamos una vida económica fácil, ni ayuda familiar.”
La obra de Caputto trascendió sobre todo por su investigación con goma bicromatada, una técnica antiquísima, de los comienzos de la fotografía, que él recuperó cruzándola con la pintura. Había estudiado Bellas Artes antes de irse del país. “Estoy dentro de la fotografía, comprometido con ella y a pesar de mi formación como pintor, no me encuentro definido en ese campo –decía en una entrevista al diario La Prensa en mayo de 1994–. (...) tal vez la frase de Man Ray ejemplifique lo que siento: ‘Fotografío lo que no puedo pintar’. Me ocurre lo mismo, aunque yo encuentro que casi nada puedo pintar y todo lo puedo fotografiar.”

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Presentación del libro Grafías (Rosario)

Presentación libro Grafías (Rosario – agosto 2007)
Por Florencia Molina y Vedia

Este libro es el resultado de un largo proceso que se puede decir que comenzó muy poco tiempo después del la muerte de Carlos Caputto, en marzo de 1995.
Cito parte del prólogo: “el intento de juntar fragmentos desparramados por los rincones de la casa, nuestra casa, fue mi manera de recomponer con retazos, reconstruir un deseo, un latido. Me sumergí varios meses en contradictorios impulsos de fuga y de dar un orden a todo este material caótico, hecho de restos olvidados en cajones, mezcla de sueños e imposibilidades.
Un libro “Discursos interrumpidos” de Walter Benjamín despejó las dudas y me hizo descubrir lo que ya sabía: los variados materiales con los que Carlos trabajaba eran también el soporte de discursos voluntariamente interrumpidos.
Con la serenidad de quien ha encontrado el camino, a las cinco de la mañana de un domingo desparramé sobre una mesa todas las piezas intercambiables de este rompecabezas y armé esta combinación que no es la única, ni la última, es sólo una, la que surgió aquel día”. Esto es lo que escribí en 1997.
Pasaron varios años luego de aquella primera versión que había nacido así, dispuesta a cambiar. Luego cedí a Rapa Carballo la responsabilidad de tomar las piezas del rompecabezas y armar esta nueva amalgama, con la convicción de que sabría interpretar el sentido primordial de este libro. Finalmente Grafías nació materialmente en agosto de 2004, luego de casi 10 años de gestación.
Como primera cuestión confieso que me gusta que sea inclasificable, aunque esto cree algunos problemas porque no encaja en ninguna categoría. Generalmente escucho opiniones ajenas, pero en este caso, cuando presenté mi proyecto de libro, hace ya muchos años, varios “expertos” me sugirieron que hiciera un libro sólo de fotografías, y no hice caso. Me interesó la idea de que este libro no se pudiera encasillar, ¿es de fotografía? ¿es de poesía? ¿es de dibujos?¿quién es el autor?
Como mínimo tiene 3 autores, si no muchos más. Es lo que construimos con Rapa Carballo, el diseñador, a partir de la obra de Carlos. Es muy probable que muchos de los textos, literalmente rescatados por mí, no hubieran pasado el riguroso examen de Carlos.
Tuvo muchos cambios desde la primera versión, aunque siempre mantuvo el concepto de piezas intercambiables. Hasta el día de hoy, si lo tengo que reconstruir mentalmente no recuerdo el orden, tal vez porque la idea de fragmentos fue el impulso con que fue pensado. El libro no tiene una estructura previsible sino que cada vuelta de página es una sorpresa. Esta forma sólo aparentemente caótica, aunque tiene mucho que ver con mi forma de hacer las cosas, es sólo una apariencia.
Estas muchas Grafìas, se traducen en una sola manera de plantarse, de echar raíces. Una forma apasionada que no le teme al dolor, se mete a fondo para transformarlo delicadamente.
Con Carlos compartimos una manera de estar en el mundo, podría decirse “romántica extravagante”, tomo estas palabras de Robert Walser. Sufríamos ataques de felicidad, como los llamaba Carlos, en medio de este nuestro mundo saturado de horrores.
En la presentación que hicimos en el año 2004, Nilda Durante habló de los anclajes, de esa necesidad de Carlos de establecer vínculos amorosos con la vida. Unas ganas de quedarse y, de hecho, se quedó.
En la última Bienal de Venecia se presentó una instalación del chino Yan Zhenzhong. La obra se llama I will die y son diez pantallas gigantescas de video. En decenas de idiomas y decenas de países, breves tomas en primer plano de cientos de personas de todas las edades y condiciones y en las más diversas situaciones que miran a cámara y dicen en blanco y negro lo que todos sabemos pero casi nunca decimos: "Voy a morir".
Estos días imaginé a Carlos recorriendo la Bienal y con su habitual sentido de humor, diciendo: “Yo ya he muerto, y aquí estoy...”
Descarnado, delicado, trabajador, humilde, tierno, trágico, así era Carlos.
Me gusta festejar su existencia.

La impronta del sol

Carlos Caputto: la impronta del sol
Por EDUARDO LUCIO MOLINA Y VEDIA

Para Carlos Caputto la cámara, la luz, el papel sensible o emulsionado, las propias imágenes, el color, las palabras o las rayas que agregaba, la intervención del azar o de lo casual, no debían tener necesariamente una cita puntual en la instantaneidad de la toma. Eran otros tantos instrumento o factores con los que jugaba en diversas fases del proceso de creación, otros tantos elementos maleables, o más o menos dóciles a su voluntad —algo así como los pinceles, gubias o pigmentos en las artes plásticas—, que le servían para elaborar su trabajo, sus fotos o lo que fueren, como si se trataran de cuadros. Sólo que lo hacía sobre una base, una impronta o un surco fotográfico, pero desentendiéndose, en todo caso, de la a menudo innecesaria, imposible o irrelevante simultaneidad del encuentro interactivo, en un único momento dado y bajo una luz determinada, entre el autor, la cámara y el motivo de la obra.

Sus temas fueron frecuentemente imágenes de rostros o de figuras humanas, paisajes urbanos, parques, bosques, aguas tanteando un malecón donde dos hombres desconocidos y aislados entre sí, absortos en una alerta indiferencia, esperan un arribo que ignoramos. La mirada y el sello de Caputto resultan siempre subjetivos. Suelen trasuntar una nostalgia nada autocomplaciente, una nostalgia cuesta arriba, no exenta en ocasiones de un aire de ambiguo misterio o de un toque dramático, que evitaba caer en la melancolía habitualmente atribuida a esa abstracción identificable como “idiosincrasia argentina”.

Salvo excepciones, como una excelente serie sobre Jerusalén 1982 (“tomas directas en blanco y negro, sobrio reportaje sin títulos originales, fotos de silencio y virtuosa riqueza grises que recorren los muros, sus inscripciones, y hacen de la figura humana un elemento compositivo, siempre anónimo”, comentó la experta Nilda Durante), Caputto practicó una forma distinta a la habitual en el arte de hacer y copiar fotografías; un estilo más artesanal, por así decirlo.
Usaba papel del que se emplea para pintar con témpera o acuarela, cubriéndolo bajo luz de seguridad de una emulsión fotosensible con base en goma bicromatada, a la que combinaba con otras diversas sustancias químicas y le incorporaba color (témpera). Una vez seco, el papel así preparado quedaba listo para su uso. Recurriendo a técnicas de ampliación obtenía negativos grandes, del tamaño deseado. Entonces producía el acto: ponía bajo la luz solar el negativo elegido sobre el papel emulsionado (colocando encima un vidrio para mantenerlos fijados), y lograba así la impresión de la imagen básica: un “positivo” muy especial (diferente al que solemos conocer), que revelaba luego limpiando con agua las partes no impresionadas por la luz, mientras que las demás no resultaban desprendidas del papel por el líquido. Más tarde aplicaba líneas, raspados, o palabras. Esta técnica le permitió también lograr un aumento del contraste, o el empleo de varios colores agregados a la emulsión, a través de sucesivas impresiones del mismo negativo sobre el papel sensible.

Desechaba muchos originales. Una nube o un cálculo impreciso del tiempo de exposición o de la luminosidad del día, un resultado desfavorable por cualquier otra causa aleatoria, podían malograr el intento.

La técnica de la goma bicromatada fue magistralmente utilizada, a fines del siglo diecinueve, al servicio de una expresión obviamente distinta, por Edward Steichen, el gran fotógrafo estadounidense creador de la monumental obra La familia del hombre. La base del método es la sensibilidad a la luz del bicromato de potasio (también pueden emplearse el de amonio y el de sodio), que se combina con un coloide orgánico como la goma arábiga (otros pueden ser la albúmina, la cola de pez, el azúcar, la gelatina, cada una de las cuales sirve para producir variantes específicas). Bajo la acción de la luz la goma impresionada se endurece, mientras que en las zonas que no reciben luz el agua deja limpia la superficie original del papel. Con la goma bicromatada pueden manipularse el tono, el color, la masa, la textura. Algunos detalles pueden ser realzados y otros, en cambio, eliminados trabajando cuidadosamente con un pincel. Se trata de un procedimiento tanto físico como químico, y con la práctica se puede operar un control total.

Si la fotografía es en verdad una lectura de lo real que sin embargo nos da la ilusión convincente de ser lo real mismo, la obra de Caputto nos pone ante la manipulación creativa de los efectos de esas ondas de luz que pretenden fijar el tiempo en una eternidad convocable a cualquiera de nuestros presentes.

Barthes explica así la potencialidad evocadora de la foto: “De un cuerpo real, que estaba allí, han partido radiaciones que vienen a tocarme, a mí que estoy aquí; poco importa la duración de la transmisión; la foto del ser desaparecido viene a tocarme como los rayos diferidos de una estrella. Una especie de cordón umbilical une el cuerpo de la cosa fotografiada a mi mirada: aunque impalpable, la luz es aquí efectivamente un núcleo carnal, una piel que yo comparto con lo que ha sido fotografiado.”

En Caputto esta magia del encuentro del espectador con la huella de un pasado que así se actualiza deja de ser básicamente pasiva para convertirse en dramática, estética y virtualmente activa. Subraya en su mensaje la idea expresada por Hölderlin: “Es poéticamente como el hombre habita esta Tierra”.

Poco antes de su muerte por un ataque agudo de asma, Carlos Caputto escribió lo que sigue:

Absuélveme con tu mano azul, dulce mañana.
Ya las oscuras sombras del temor han pasado
y en tu suave caricia
encuentro al fin refugio.

Como un cazador furtivo
llego a tu luminoso país
y me acurruco en tu piedad.

Como los dientes de la bestia feroz
llegan a la carne que la alimenta,
así llego yo a tu corazón,
descanso de mi sangre.

Acuarelas libro Grafías

Fotos libro Grafías