Centro Cultural de España

Presentación del libro Grafías (CCEBA 30 de noviembre de 2004)

GRAFÍAS, DE CARLOS CAPUTTO:
DRAMA, HUMOR, METAFÍSICA

Durante los 80 y la primera mitad de los 90 Carlos Caputto reinventó lo que en los albores de la fotografía se dio en llamar pictorialismo mediante el empleo de la luz solar como “lámpara de revelado” y la intervención plástica sobre el positivo. El modo personal y original en que lo hizo es uno de sus aportes más conocidos. Pero también produjo obras de intenso contenido lírico sin recurrir a procedimientos inusuales. En ellas trabajó otras regiones de su mundo interior y de su mensaje expresivo. Ambas vertientes despliegan una sufrida y honda subjetividad. Ajenos a toda pose de provocación, los resultados tienen un efecto revulsivo. Subvierten o expanden, recrean, un arte cuya característica más notoria —bendición y condena— pareció ser básicamente, desde un comienzo, la fidelidad a lo real. Si la foto es a menudo lectura formal que semeja lo que podríamos denominar “la realidad misma”, Caputto nos pone ante una sobremanipulación convocable, en su versión distorsiva, a cualquiera de nuestros presentes. La magia del encuentro con la huella de un pasado que se actualiza deja de ser predominantemente fiel y vicaria para manifestarse ahora vitalmente activa. Es un enriquecedor desafío estético descorrer el velo y asomarse al misterio que parece albergar el mundo de Carlos Caputto. Según narra mi hermano Juan, el arquitecto, que lo conoció más de cerca debido a mi exilio en México a fines de los 70, odiaba los fascismos, los nazismos y los nacionalismos en general: le parecían simplemente repelentes. Y, por extensión, alimentaba semejantes rechazos hacia todas las adhesiones políticas incondicionales, hacia todos los fanatismos. Tales fenómenos de adhesión acrítica a diversas banderías, extendidos en el mundo y en la Argentina de su época y vigentes aún hoy, le resultaban a la vez sospechosos y temibles, en medio de las furias de las últimas décadas del siglo XX. Junto con Juan, ambos apreciaron las maravillas del uruguayo Enzo Francescoli en el Monumental de Núñez, charlaron sobre vida cotidiana, arquitectura, artes plásticas y bueyes perdidos. Juan lo evoca así (y cito): “Conocía el sabor de las cosas lentas, hechas con las manos, un estilo que marcaba su forma de hacer fotos o poemas, como dejando descansar al tiempo.” Tal cual pontifica “If”, ese poema atribuido (al parecer apócrifamente) a Rudyard Kipling, trataba al éxito y al fracaso como a dos impostores. La obra que presentamos, titulada con pertinencia Grafías, despliega sus variables formales y temáticas acompañadas por textos que dialogan con las imágenes iluminando, en otro registro, la dimensión poética de su vida. El humor viene acompañado con una especie de sorna ácida, crítica, como ocurre en la obra titulada “Un par de zapatos con mentalidad ganadora”. Y su saudade es, en realidad, una “nostalgia cuesta arriba”, como solía decir el propio Carlos. Resulta hoy un extraordinario privilegio acceder a una obra como ésta, que nos induce a sentir, sonreír y pensar con hondura. Obra densa en un antiguo y profundo sentido del término, en las antípodas de la cultura light dominante. Lejos de la moda en boga, ajeno por completo a lo superficial y lo liviano, a lo light, digámoslo así, liso, muy liso, como José Ramón Cantaliso, para que se entienda bien. “El tranvía de la muerte” (así podría llamarse esa foto casi fantasmal), o los parques solitarios difuminados por la neblina, parecen sorprendidos en el instante preciso en que están a punto de transparentar una revelación inasible, como suspendida de cierta elusiva inminencia. Escenas de soledad nos enfrentan a momentos descentrados de toda circunstancia familiar: bancos sin gente, toboganes vacíos, como si fuésemos espías o testigos atemporales, capaces de captar esa perversidad que pueden albergar los lugares sin nosotros. Abandonados así ante la perpleja pregunta implícita, ¿qué nos dicen las cosas en sí mismas, cuando dejamos al mundo en su poder? Una presencia de la nada que nos sitúa en los bordes del tiempo genera momentos de intensidad, espacios de ausencia, umbrales de percepción. Tal es un Carlos Caputto, el metafísico. El otro es el Caputto dramático, que atrapa en su cámara la escena de los religiosos judíos (el joven, el anciano) ante el impasible Muro de los Lamentos, o nos muestra al mercader árabe sentado en el umbral, en una callejuela de la Jerusalem dividida. O el de las figuras anónimas que esperan en los escalones del puerto de Buenos Aires, algo, no se sabe qué, algo que quizá nunca llegue, pero que puede representársenos como el sentido elusivo de la vida. Y está también el Caputto de los retratos, en que se vislumbran psicologías, personalidades, visajes, ese presente inédito e irrepetible del modelo. Rostros que son destinos, íconos de una coyuntura única y reveladora de la persona, como los de Florencia, Matteo o Bárbara, o los de Duilio Pierri, Carmen Baliero, Guillermo Kuitca, Ana Eckel, José Garófalo, Rodolfo Azaro, Nushi Muntaabsky, Guillermo Conte. Retratos que parecen decir: “Como aquí y ahora, nunca más.” Never more, repetiría El Cuervo de Poe. Carlos Caputto padeció el acoso de un asma atroz, inusual, un estado de temor y ansiedad casi permanente que lo tuvo siempre al filo o a merced de ataques agudos, como el que acabó con sus días. Su limpio apoliticismo no era el de los conformistas que se lavan las manos a lo Poncio Pilatos, sino el de quienes, raigalmente opuestos al orden vigente, descreen de la eficacia de las emociones y de los emprendimientos colectivos manejados desde cúpulas sospechosas. Vivió y sufrió una realidad sumida en el drama feroz que todos atravesamos, entre el lujo de las luchas populares y el horror de la dictadura asesina. A partir de esas confluencias contradictorias, de esas vertientes subjetivas e históricas, su obra testimonia con fuerza, una vez más, que nadie es neutral. Que el arte, en el esplendor de su verdad y en las inflexiones de su belleza, es uno de esos ámbitos privilegiados capaces de emocionarnos y hacernos reflexionar en torno al sentido, el drama y la celebración de la existencia.

Eduardo Lucio Molina y Vedia

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